Hoy recibí un alumno nuevo en clase:
Khalil.
Es de lenguaje articulado los padres han cuidado que no abuse de herramientas electrónicas, entiende bastante bien de leyes de física y aerodinámica que darían dolor de cabeza a preparatorianos cuando ronda los 7 años de edad.
Además de un uso avanzado del lenguaje y bastante seguridad en sí mismo, puede verse que su mente acepta retos con facilidad y se esfuerza en resolverlos.
Si se le demuestra que su punto es erróneo o inexacto se detiene a escuchar la corrección y da muestras claras de que la asimila sin rebeldías ni rezongos
Sin parpadear, diría que un test de inteligencia arrojaría de 130 a 140 puntos de coeficiente intelectual sin sudar.
En pocas palabras, Khalil es muy superior al ochenta y cinco por ciento de los adultos con los que tengo la desgracia de coexistir.
A él, y a mi siguiente grupo que es de jovencitos bastante mayores que les puse un episodio de la serie "Erase una vez el Hombre" de Barillé.
Me ha dado tanto gusto y orgullo ver que los niños se enamoraron de lo que vieron, quise apagarlo para no comer datos de mi celular ni batería porque mis recursos son en extremo limitados, pero ver a los chiquillos hambrientos de lo que les revelaba la pantalla, me dijo que no importa cuanto me desprecie y me empobrezca el mundo bruto y burdo donde tengo que vivir.
Yo siempre apuesto por los niños, porque ellos sean mejores.
Y las caritas de ellos interesadas e intrigadas me sacaron un poco de la profunda depresión que me devora en éstos días.
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